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LA MASONERÍA EN EL SIGLO XVIII
La Tierce, en 1745, hace
esta descripción de la masonería: “La orden reúne bajo un mismo
espíritu de paz y de fraternidad a todos sus miembros, sean del
partido que sean, y cualquiera que sea la comunión en que hayan
sido educados, de suerte que cada uno, permaneciendo fiel y celoso
de su propia comunión, no por eso ama con menos ardor a sus
Hermanos separados. Es cierto que tienen diferencias de
explicación en los dogmas, y de servicio en el culto, pero, no
obstante, cada uno se atribuye en su comunión la misma esperanza,
la misma confianza en el sacrificio eterno de Dios que ha querido
morir por ellos. Reunión tanto más admirable cuanto que parece
imposible, si una experiencia siempre mantenida en la Orden, no
probara que existe realmente; reunión de los corazones, tal como
los hombres mejores y más piadosos han deseado siempre, a falta de
la de los dogmas”.
Además de estas
características de solidaridad y tolerancia hay una nota, también
clave en la masonería del siglo XVIII: la igualdad. Para el autor
anónimo de los Secretos de los Liberi Muratori revelados al
público [1786] los miembros de esta sociedad son todos
hermanos que no se distinguen, ni por la dignidad y fortuna que
poseen, ni por la lengua que hablan, ni por el hábito que llevan,
ni por las opiniones que tienen. La igualdad es su primera ley.
Según este sistema, el mundo entero es considerado como una
República de la que cada nación es una familia, y cada hermano un
hijo. Los individuos de esta sociedad, siendo todos hermanos, y
hermanos que hacen profesión de ser razonables y virtuosos –añade
el mismo autor– “tienen el deber de amarse, de socorrerse
recíprocamente, conducirse con probidad y honestidad con los otros
hombres, y ser buenos y fieles ciudadanos del Estado”.
En este sentido el
artículo sexto de las Constituciones exigía ya en 1735 que los
hermanos evitaran, sobre todo en la logia, todo lo que pudiera
romper la armonía entre unos y otros, como las discusiones y
“en especial las disputas sobre religión, las naciones o el
gobierno”.
En 1738 el autor anónimo
de la Relación apologética e histórica de la Sociedad de los
Francmasones declara que la masonería era una verdadera
Confraternidad, una célebre Academia, cuyos miembros son todos
iguales y se llaman compañeros, hermanos y amigos que no buscan
otra cosa que la satisfacción del espíritu, la calma de las
pasiones en conversaciones modestas, cordiales y exentas de ruido
y confusión, para estrechar más fraternalmente los nudos de la
sociedad.
Y en 1740, el seminario
Zürich Der Brachmann trae la respuesta de un francmasón que
dice asi: “Un francmasón es un hombre que, allí donde vive, se
somete a las leyes y ordenanzas del país. Nosotros tenemos
mutuamente una auténtica amistad, sin que la profesión de la
religión nos desuna unos de otros; pues lo mismo que el hombre y
la mujer de distintas confesiones pueden amarse mutuamente con
toda seguridad y pacíficamente, también puede la diversidad de
religiones no tener entre nosotros ningún influjo peligroso. En
Constantinopla dejamos a los señores musulmanes completamente
libres de reconocer y difundir los dogmas de Mahoma. En Roma se
pueden tocar todas las campanas, tener procesión, llevar de un
lado para otro los huesos de los santos, y otras cosas por el
estilo; todo esto no estorba al francmasón en su paz y
satisfacción; él no lo mira como algo contra lo que tenga que
luchar. Un francmasón es, ante todo, un buen ciudadano y súbdito,
allí donde se encuentra, porque todas nuestras ordenanzas van a
conseguir la paz, seguridad y razón, la libertad y la justicia en
el mundo. Y cuando averiguamos que alguien de nuestra sociedad ha
cometido algo malo o injusto, inmediatamente es expulsado de
nuestra compañía, y tenido por muerto, como antiguamente entre los
pitagóricos, como si nunca hubiese vivido en el mundo".
Entick, en 1754, dice que
son una sociedad de hombres de todas las edades, condiciones,
religiones y países, que siempre se han mostrado tan amantes de la
virtud, que continuamente la buscan y nunca la traicionan (Entick,
The Pocket Companion and History of Freemasons… and Apology for
the Free and Accepted Masons, London, Scott, 1754, págs.
243-244).
En suma, el fin de la
Masonería, a la luz de sus Constituciones consiste en la
construcción de un templo de amor o fraternidad universal basado
en la sabiduría, en la fuerza, en la belleza, en la práctica de la
tolerancia religiosa, moral y política, en la lucha contra todo
tipo de fanatismo y en el ejercicio de la libertad. Por lo tanto
el Francmasón de la Ilustración estará marcado por una doble
finalidad: El perfeccionamiento del hombre, y la construcción de
la Humanidad. Tarea intelectual y civilizadora al mismo tiempo,
realizada a través de la filantropía o de la moral pura, de la
discreción y del gusto por las artes y el humanismo.
El francmasón de la
Ilustración era, en definitiva, un buen ciudadano y súbdito
preocupado por la paz, la seguridad, la razón, la libertad, la
justicia, la tolerancia, la igualdad, la fraternidad y la
solidaridad entre los hombres que se manifiesta a través de una
asociación de inspiración humanitaria con la misión de difundir
los principios democráticos que serían recogidos, a finales de
siglo, en las Declaraciones de los Derechos del Hombre, y en las
Constituciones políticas de los Estados modernos.
Las ideas claves de
igualdad natural, de libertad individual, de solidaridad social
encontraron en la Masonería un espacio en el que reflexionar sobre
la vanidad y lo nocivo de las distinciones arbitrarias que se
establecían entre las clases, las fronteras y las confesiones
religiosas.
En un principio se
pretendía una reforma moral y social universal y profunda, tan
eficaz como discreta, para adultos debían formar una elite de
ciudadanos cuyo benéfico influjo aproximaría, sin provocar
sacudidas violentas, a las diferentes clases de la sociedad civil,
y haría la autoridad de los gobiernos más humana y la suerte de
sus súbditos más soportable. Estaríamos ante una asociación
heredera directa de los planes de reforma social o religiosa
expuestos en la Nueva Atlántida de Francisco Bacon, en la
Utopía de Tomás Moro, en la Ciudad del Sol de
Campanella, en la Pansophiae Diatyposis de Comenius, o en
el Pantheisticon de Toland. Recordemos que en 1776 Mirabeau copiaba
una Memoria relativa a una asociación íntima a
establecer en la orden de los Francmasones para llevarla a sus
verdaderos principios y hacerla más útil al bien de la humanidad;
y en ella asigna a la Masonería la misión de introducir la razón,
el buen sentido, la sana filosofía en la educación de todos los
hombres (Advirtamos que el autor de este texto no fue Mirabeau sino Jakob
Mauvillon, un fisiócrata aleman).
El Libro de las
Constituciones de Anderson, aprobado oficialmente en 1723 por
la Gran Logia de Londres, declara al neófito que “si
comprende bien el arte no será ni un ateo estúpido, ni un
libertino irreligioso”; dicho de otra forma, un libre-pensador o
incluso un deista. La Defence of Masonry impresa en
apéndice en la 2ª edición del Libro de las Constituciones (1738)
dice textualmente: “La religión, y únicamente la religión
cristiana, está presente en nuestra Orden, y es tan difícil
separarla de ella que, por así decir, constituye la base y el
sostén de ésta”. La tolerancia que predicaba la Masonería no
provenía, pues, de una indiferencia de principio en materia de fe;
se aplicaba exclusivamente a los miembros de las numerosas sectas
cristianas entonces existentes en Inglaterra.
José A. Ferrer
Benimeli (Universidad de Zaragoza), "El Francmasón entre la
ilustración y el iluminismo", en Homenaje a Pedro Sainz
Rodríguez, Tomo III, Madrid, 1986, pp. 235-256.
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